Me fui, lo reconozco, aunque eso no cambie nada. Sin embargo, me lleve algo de esa tierra, que lo creáis o no, nunca supe ser sin ella y algo me dice que ella tampoco sin mí. Supongo que esa es la forma que tienen de llorar las ciudades, de añorar lo que aquel día fue parte de ella.
A lo que iba, odio echar de menos lo que me enseñaste, mirarte un Domingo cualquiera por encima de tus murallas y comprobar que el límite no estaba en tu belleza, que los parques pueden hacerse viejos conmigo y que escribir recuerdos en la memoria, sigue siendo una de tus mejores virtudes.
Odio echar de menos, pero sobre todo,
odio echar de menos algo que sé que se acuerda de mí.